El pueblo se asoma a la baranda y sopla
sobre la espesura verde, que tiembla de risa. Se alonga un poco más y ya toca
el mar. En los días como hoy, claros, muy, muy claros, se emboba mirando el
skyline de Nueva York. Los días transcurren al compás del discreto ajetreo de
los que lo habitan, sin que nada haga sospechar lo que aquí sucede de
madrugada.
Es verdad que casi ningún lugareño puede
atestiguar, de un modo fehaciente, lo que entonces ve o escucha y solo, en
raras ocasiones, se encuentran al día siguiente vestigios que sí lo hagan.
Madrugada
del 13 de marzo de 2017, las 02:35 horas
La luna mengua sobre mi cabeza a 391,781
kilómetros de distancia, mientras me agazapo tras una esquina que me deja
totalmente al descubierto. Se abre una ventana en la casa de la derecha por la
que se descuelgan Richalito, que ahora tiene 6 años, y el gato Ninón. Los sigo
y nos dirigimos hacia la residencia de mayores. El niño empieza a tirar
castañas a las ventanas y Ninón entona un ronroneo hipnótico. Del edificio
comienzan a salir todos los viejos del lugar. Richalito encabeza la comitiva,
de ahí a la Plaza son dos pasos, uno y dos, y el grupo ya está ante la pérgola
de precioso tocado de buganvilias. Uno a uno atraviesan el pasillo azulejado y,
según van saliendo por el otro extremo, los ancianos mudan el cuerpo para
estrenar otro nuevo.
La plaza está ahora engalanada con
farolillos y banderitas. Las orquestas Bolero y Río tocan ritmos cubanos
disputándose a los bailarines remozados; en los rincones las parejas enamoran y
los vapores de mistela envuelven el lugar.
Confieso que a mí también se me van los
pies, pero siento una fatiga enorme que hace que me siente en uno de los bancos
de la pérgola y me deje dormir.
Madrugada
del 29 de septiembre de 2017, las 03:12 horas
La luna crece sobre mi cabeza a 404,124
kilómetros de distancia. Camino las calles sin un destino concreto. Bajo la
cuesta, tuerzo a la derecha, paso por “El Encanto”, que bosteza, y al girar de
nuevo aparece ante mí un espectáculo insólito: todas las casas de la izquierda,
que de día exhiben una arquitectura al uso, lucen ahora una ornamentación
fantástica. En la fachada de la casa del barbero hay engastada una jaula dorada
gigante, donde los arriesgados saltos de dos trapecistas se intercambian el
balancín. La de la costurera tiene ahora,
por tejado, un carrusel de brillantes colores, como sacados de un
manuscrito iluminado.
Aún sigo ensimismada, cuando se oye llegar,
calle abajo, un tropel de cantos de gallos. Ante mis ojos desfilan el gallo “Gente”,
“el Finado”, “el Tornillo”, “el Minuto”, “el Galatea”, “el Abanico” y “el
Crestudo” y al paso de las flamantes espuelas, saltan por los aires los
adoquines, como proyectiles, disparando a puertas y ventanas. Me resguardo en
un portal de la lluvia de piedras, no sin dejar de mirar al poderoso cortejo.
Alguien habla a mi espalda, me giro pero no hay nadie, solo un buzón de donde
parece salir la voz telegráfica que sigue diciendo:
–Cita en el Teatro Central. Harán la riña
del siglo. La insurgencia está preparada.
A la mañana siguiente, vuelvo a recorrer el
pueblo. El sol cae ahora en picado sobre mi cabeza que no para de dar vueltas,
como un faro insolado, buscando señales de la madrugada. Todo inútil.
La
huésped del cuarto 11
Soy de la Breña Alta y vi pelear algunos de esos gallos. Mi favorito era el Gallo Gente, que llamaban así porque parecía peleando una persona.
ResponderEliminarEl mejor habrá sido el Gallo Gente, pero la pelea del siglo en la Isla Bonita fue la que perdió el Galatea (su nombre era el de un buque-escuela que atracaba en el muelle de Tazacorte por aquellos años) con el giro del médico Sobaco. Corría el año 1952 y fue en el cine de Tazacorte. Y fui yo quien escribió estos versos, entonces tenía 20 años y hoy tengo 86:
EliminarHace poco aquí en la Banda / se concertó un desafío / entre dos gallos de brío / de los de primera tanda. / Al llegar al reñidero / el campeón colorado / fue en extremo ovacionado / cual Napoleón Primero. / Para el giro hubo silbidos / y pitos –acción felina / de los hinchas descosidos / que ahora están tragando quina. / Sueltan los bichos y al punto / mete espuela el Galatea, / pero el giro lo capea / y pronto cambia el asunto. / Cesan los gritos de abajo, / los de arriba a sonreír / porque ya están viendo ir / al colorado al carajo. / Así ocurrió aunque ello indique / que el giro estuvo de suerte, / pues con un golpe de muerte / se va el Galatea a pique. / Y al subir por el Cardón / casi se van a las manos / un gallista de Los Llanos / y otro de San Borondón, / porque el primero cantó, / tal vez un poco imprudente, / o no, la copla siguiente
que al otro atragantó: / “Perdió el gallo de Faustino / por tomar mucho tabaco / o encontrarse en el camino / con el gallo de Sobaco".
¡Esos sí que eran gallos insolados!
Eliminar¡"Kikiri...ki"!
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