La noche de los tornasoles

Filamentos de la mancha solar conectando con los rayos de girasol.
Imagen tomada desde el Observatorio GHI

El encargo había llegado en forma de misiva. El matasello era inconfundible, también el tacto del sobre –grasa de foca, pensó–, y, a la vuelta de la carta, el remitente: la LPMACPA, o lo que es lo mismo, la Liga de Países Más Allá del Círculo Polar Ártico.
Solo guardaba buenos recuerdos de sus estancias en las tierras de hielo… bajo las luces de las tormentas solares y al ras en playas de obsidiana, pero sobre todas las cosas, su amistad con el jefe inuit, Singajik, ahora al frente de la LPMACPA.
En la carta, le pedía ayuda. Conocedor de sus experimentos sobre la insolación y la inlunación terrestre, le solicitaba auxilio para levantar de las regiones del norte la Gran Noche Polar, presente inusualmente desde hacía más de ocho meses sobre aquellas tierras.
No necesitó nada más para volver a sacar del cofre los famosos papeles de Berloff. En los últimos tiempos, su mente había estado ocupada solo en el paradisiaco hotel, pero le bastó una rápida mirada a las fórmulas y conclusiones recogidas allí para que las intuiciones vinieran de nuevo hasta su cabeza.
Es verdad que había dirigido casi todos los esfuerzos hacia el fenómeno de la inlunación, pero ahora se trataba de insolar el Ártico. Desde un punto de vista técnico, solo se trataba de modificar la inclinación del eje de rotación de la Tierra, lo suficiente para que el sol superara de nuevo la línea del horizonte y volviera a amanecer en aquellas latitudes, pero el cómo era la cuestión.
Investigó a varios predecesores, como a un artista francés que ideó colgar una especie de collar de espejos sobre París que reflejaran la luz solar durante todo el año. También al ingeniero de Rijukan, que consiguió iluminar “la aldea de las sombras”. Consultó a un arqueoastrónomo de Milán que le habló de los mecanismos del faro de Alejandría. Pero de poco le sirvió: todos ellos contaban con alguna hora de sol. Estudió los movimientos de la Tierra y el Sol, especialmente el de nutación. También las partes de uno y otro, en profundidad las manchas solares. Revisó el tratado De Magnete y también la biografía del Doctor Doom. Leyó y releyó el capítulo cuarto de El amor loco e indagó sobre la aplicación práctica del principio de semejanza, del principio de atracción y el de incertidumbre. Entonces, creyó haber encontrado la solución: el girasol.
El helianthus annuus, de la familia de las asteráceas (de naturaleza estelar), también conocido bajo los nombres de flor de sol, maravilla, giganta, mirasol o trompeta del amor, se convertiría en la herramienta perfecta.
El transporte por aire, mar y tierra de millones de girasoles hacia el Norte, dejó a medio globo terráqueo boquiabierto. En más de un trayecto, se pudo ver la grandiosa y exultante cabeza de Bertholoff asomando, como una más, entre las de las flores de rayos de sol.

Girasoles en la oscura espera

La noche señalada, todos los tornasoles de las ciudades de Iqaluit, Grimsey, Oulu, Barrow, Sisimut, Vorkuta y Tromso miraban al este. Y como toda ayuda es poca, hasta ellas también se habían desplazado miembros de Insolación, que, bajo las órdenes coordinadas de Bertholoff, entonarían al unísono el cántico insolado de la página número 271 del Almanaque Insolación.
Comienza la operación: los vórtices giratorios existentes debajo de cada mancha solar conectan con los flósculos de los girasoles. La analogía y el heliotropismo inverso hacen el resto. También el coro de Insolados, que se les oye desde la sonda Parker.
Por fin, despunta el Sol. Pero atentos, que asoma uno más y ¡otro!
Evidentemente, el Sr. Bertholoff había hecho uso de más flores de las necesarias, pero el exceso forma parte de su naturaleza y es que la potente convocatoria de los tornasoles había hecho acudir hasta allí dos soles más de un exoplaneta vecino, conformando aquel extravagante y refulgente amanecer trisolar.
Singajik y los suyos, que ya empezaban a desprenderse de las parkas pues la temperatura subía por momentos, pese al desatino que veían en todo aquello, no quisieron parecer desagradecidos y se deshacían en elogios con todo el equipo insolado.
Afortunadamente, aquella exuberante alborada solo aconteció dos días. Ya al tercero, el único que acudió a la cita fue el sol de siempre.

Monumento de hielo hecho por el pueblo inuit al equipo Insolación,
en gratitud por su gesta solar

Comentarios

  1. Otro éxito del Sr. Bertholoff. Verdaderamente, ya había yo desistido yo de que la Humanidad, en esta fase en que reinan la mediocridad y mil cretinos, volviera a tener genios poéticos como el suyo. ¡Felicidades!

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  2. No dejo de reconocer el mérito del señor Gerente, pero estaría mejor que se ocupara de su Gran Hotel, ya que he visto algunos descuidos, como el de esa chocallada Dokumenta que nunca se celebra. Además, no estaría mal poner freno a los escándalos que está protagonizando la nueva propietaria del Hotel.

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  3. Pero este Bertholoff, ¿no conoce los peligros del calentamiento global? ¡Tres soles nada menos! Por poco derrite todo el casquete polar, dejando a medio orbe con el agua al cuello y parece que no hay autoridad que lo frene. Y los de Greenpeace, ¿dónde estaban?

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  4. No quiero alarmar a nadie pero, tirando de hemeroteca, les recuerdo que este señor ya hace tiempo que sueña con una inundación que arrase por completo la Tierra, presumiendo de que él será el que salve a unos pocos elegidos en su "Arca de Bertholoff"...

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    1. Eso debía ser antes del Hotel. Hoy parece más dedicado a las locuras de su negocio. Incluso esta odisea polar me parece que no es sino una manera de hacerle publicidad a su GHI.

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