GHI inicia sus viajes de verano


Desde la apertura de GHI, los seguidores de nuestras páginas informativas han venido insistentemente preguntándose y preguntando por la ausencia de Juan Llampallas, una de las almae matres de Insolación. A veces nos llegaban noticias confusas.

Ahora sabemos que Juan Llampallas recorría el mundo en busca de lugares remotos a donde llevar como viajeros a aquellos huéspedes de GHI que, a pesar de las incontables atracciones maravillosas de que pueden disfrutar entre nosotros, acaban dominados por el esplín, viejo mal de nuestra civilización.

Por razones de sobra conocidas, desde hace año y medio los huéspedes de GHI no han vuelto a sus lugares de residencia. A la vez, gracias a los servicios médicos del Dr. Hackenbush, nadie ha muerto en este año y medio en GHI, por lo que ni siquiera se proporciona a los huéspedes el placer de encontrarse con nuevos visitantes, al no producirse ninguna vacante en habitaciones ni bungalós.

Nuestra gerente, en colaboración con Juan Llampallas (siempre vía telefónica), ha trazado un complejo mapa de excursiones, que acaban de comenzar hace unos días.

Se viajará en el Globo de José Duna y en un fabuloso zepelín indestructible, de alta capacidad, que el Dr. Hackenbush ha reconstruido en sus establos (los caballos han sido trasladados a Rosebud, aunque muchas veces corren sueltos por la playa).

El Globo Géant de José Duna, por sus cualidades intrínsecas, solo está disponible para su propietario y sus invitados personales. En cambio, el zepelín GHI, que viaja a 200 km/h, tiene capacidad para 77 personas, huéspedes ganadores de uno de los sorteos que celebramos todos los sábados.


Dadas las fechas que vivimos, los primeros viajes, actualmente en curso, son a los polos norte y sur. La visita al Polo Norte fue muy rápida, con estancia en la Tierra del Aojo. Juan Llampallas se había encargado previamente de cautivar a sus peligrosas mujeres de pupila doble, ya que con ella pueden embrujar y matar, por lo que la visita fue muy gratificante, sobre todo para quienes tienen la afición de la cacería, pródiga en estos parajes.
Pasando a las antípodas, arribamos a Kosekín, bajo la Antártida. Es una tierra desolada, llena de volcanes, y sorprendentemente cálida. Los indígenas son feos y antropófagos, crueles y sedientos de poesía, por lo que José Duna no solo logró calmarlos sino hasta saciarlos, anticipando así la presentación próxima de su último cuaderno recopilatorio. En el mar subterráneo de Kosekín hay animales marinos de cuellos de serpiente, dientes afilados y colas restallantes, pero el principal interés fue hacia el athaleb, mezcla de murciélago y cocodrilo que se traga entero todo lo que come. Las casas son curiosas, y más aún del lenguaje de los indígenas, que fue objeto de atento estudio por parte de Armando Azar. Todos acompañamos a los kosekinos en sus afiladas galeras, ya que la estancia de GHI coincidió con la época de la caza sagrada, en pos del monstruo de cabeza de caimán.


El destino siguiente será la isla Bennet, en pleno círculo polar antártico. Solo se la rodeará para admirar sus rocas, con una breve incursión que nos permitirá proveernos de sus delicioso higos picos, que componen su única vegetación.


Ya estaremos situados cerca de la isla de los abismos, o sea Tsalal. José Duna quiere comparar su agua con la de Canterel, mientras que Armando Azar busca ahondar los estudios lingüísticos del nombre de la isla. Situada sobre un mar negro, no congelado, la isla abunda también en peñascos extraños. Nuestros pasajeros se hospedarán en las cuevas de la aldea de Klock-klock. Para nuestro doctor Hackenbush, el principal motivo de estos viajes está en conocer al albatros negro, y como en Tsalal hay horror al blanco, ha dejado en casa todas sus batas.



El viaje concluirá con una estancia de duración indeterminada en la suntuosa Tierra de Presente, allá donde se paran todos los relojes. Armando Azar matará en este viaje tres pájaros de un tiro, ya que podrá estudiar el lenguaje musical y el mítico grito Tekeli-li.

Durante su estancia preparatoria en Tsalal, Juan Llampallas consiguió que cada uno de los visitantes de GHI pudiera llevarse una de las piedras elípticas con las que se logran conservar los recuerdos de la Tierra de Presente.

El único viajero que ya conoce estas tierras polares es el señor Fernando Mil Pessoas, pero como quería “matar saudades”, ha sido gentilmente invitado por José Duna a su Globo. Sirve además de inmejorable guía, ya que lo que es Llampallas, hasta ahora ni se le ha visto el pelo.


Comentarios

  1. Es curioso que nadie mencione el incidente sufrido por la Huésped de la 11. Será para evitar la mala prensa, supongo.
    Resulta que durante la visita a Tsalal, se entretuvo más de la cuenta en la medición de uno de los abismos de la isla (le había prometido al agrimensor K llevarle estos datos) y cuando regresó al punto de reunión, ya el grupo había partido sin ella.
    Dispuesta a no quedarse en aquella isla fúnebre, decidió tirarse al mar y tras varias horas de nado a crol y otras tantas estilo mariposa, supo que atravesaba el Mar de las Palabras Congeladas, pues flotaban por todas partes a su alrededor. Trepó a la más grande que vio, “otorrinolaringólogo”, y sobre ella navegó varias jornadas. Llegó a una playa de arena amarilla y caminó tierra adentro durante dos puestas de sol hasta que se topó con un cartel que decía: “Usted se encuentra en Lotófagos”.
    Aunque ya nos ha llegado una reclamación, de su puño y letra, instando al organizador de estas excursiones al recuento de pasajeros en cada embarque, por el momento, nada más se ha sabido de la Huésped de la 11.

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    1. Tengan en cuenta que esta noticia de GHI fue emitida cuando nos encontrábamos aún en Kosekín.
      Por lo que sé, la Huésped del cuarto 11 se ha quedado a pasar el verano en la Isla de los Lotófagos.

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    2. H11 alargará su estancia en Lotófagos hasta pasado el otoño. Ha descubierto una plantación de flores de lotos transgénicas que tendrán la capacidad de crear recuerdos ficticios a quien se las coma.

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  2. Sin ánimo de parecer quisquilloso, querría puntualizar que mi Globo también puede alcanzar altas velocidades, superiores incluso a las del tan cacareado zepelín del Dr. Hackenbush. Mi Géant tal vez no disponga de una moderna motorización, pero ¿cuántos caballos de fuerza harían falta para emular a mi ave de Roc amaestrada remolcándonos cuando tenemos prisa por arribar a un nuevo destino?

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    1. ¿Acaso el señor Duna espera que nos creamos que tiene un ave de Roc amaestrada? ¿No será esto el borrador de un poema que olvidó incluir en su reciente cuaderno poético Sanatorio San Antonio?

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    2. Dicen -y dicen bien- que la ignorancia es atrevida y, a mi parecer, este señor Anónimo es muy atrevido. Que se sepa que mi último poemario no está inconcluso; por otro lado, sí es cierto que un ave de Roc me acompaña desde hace tiempo, desde que nació, después de romper su cascarón.
      Sucedió en la Isla del Ámbar Gris, adonde llegué respondiendo a la llamada de mi amigo Simbad: me contaba que había avistado el bazar soñado en las playas de la isla, surtido de infinitas cosas, amontonadas por la marea en las arenas de la orilla.
      La visión primera, desde la cesta de mi Géant, fue impactante; luego, ya en la playa, iba sin tino de un lado para otro, llamado allá por un espejo intacto; más lejos, por un vívido maniquí animado por sedas de extraños colores; desde algún otro lugar, por un manzano prodigioso, ataviado con su fruta madura. Pero al ver aquel huevo gigantesco, me desentendí de todo lo demás sacándolo a empellones de mi Globo; eso era lo que había venido a buscar sin saberlo.
      Como estaba a punto de eclosionar, me guardé de que fuera mi rostro lo primero que aquella criatura viera, advertido por Simbad de que su instinto la impulsaría a satisfacer su hambre antes de solicitar el calor materno. Había llevado unos pollos asados para la travesía, los cuales le adelanté desde que empezó a agrietarse el cascarón; después, me presenté. Desde entonces, me es completamente fiel, siempre que no me olvide de poner la máquina de pollos asados a funcionar, claro.

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    3. José Duna es un adelantado. Lo teníamos hasta ahora en secreto, pero los próximos viajes de GHI serán precisamente al Océano Índico, con estancia en la Isla del Ámbar Gris.
      Por cierto, había olvidado decir en mi comentario anterior que he sido nombrado coordinador de dichos viajes.

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  3. Lo que más me admira del Dr. Hackenbush es que haya podido ponerle ventanas al Dirigible GHI. Creo que es la primera vez en la historia.

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  4. Un huésped ingrato ha lanzado al mar un cilindro de cobre con la ubicación exacta de GHI.

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  5. Hola, soy HUGO Z. HACKENBUSH. Se me ha roto el correo personal, así que escribo desde el ordenador de portería.
    Quiero agradecer los elogios a mi Zepelín, que aparte ser una monada, con el diseño más moderno que han tenido nunca estos cacharros, en efecto sus ventanales son algo fabuloso. Las mejores son las de la plataforma, ya que podemos ver la tierra acostados cómodamente.
    Aprovecho para desafiar a ese quisquilloso poeta Duna a una carrera hasta el Océano Índico. Su pajarraco Roc se va a quedar desalado.
    En cuanto al cilindro de cobre, ya lo ha interceptado la Reina de África, cerca de Cabo Verde.
    Volviendo al globito de José Duna, da lo mismo que lo arrastre ese pajarraco o un bólido último modelo.

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  6. ¿Es verdad que José Duna leyó unos poemas monosílabos en Tierra de Presente?

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    1. Cierto. El poema que más gustó a nuestra selecta minoría fue el titulado "Ah!", no solo monosilábico, sino de un solo verso.

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    2. Durante mi estancia en Tierra de Presente me asaltó mi mayor iluminación poética: la comunicación lírica plena ocurre fuera del transcurso temporal. De esa experiencia nacieron mis poemas monosilábicos. Ya tengo más de mil, para mi próximo libro.

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    3. Me cuentan que ya hay un lugar vacante en GHI, ya que el Poeta Tartamudo, en sus vanos intentos de declamar los poemas monosílabos de José duna, cometió suicidio. ¿Es cierto?

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  7. Es cierto que el puesto ha quedado vacante (y ya está ocupado), pero no que Tartamudo se haya suicidado, ya que murió atragantado al no poder recitar "Eh!"

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